San Luis Potosí

LA GUERRA DEL FUEGO

El fuego tiene voz. Y resuena cuando devora cientos de pinos, encinos, pingüicos, charrascos, palmas, ocotillos, cactáceas y otros ejemplares de vegetación de la sierra aledaña a Carranco, en el municipio de Villa de Reyes.

Se le oye en el crepitar de las llamas que calcinan la madera y en los repetidos estallidos de ciertas plantas que, de tan repetidos, semejan una balacera.

La voz del fuego es predominante en el paraje denominado Cañón Grande, que acalla los gritos de la veintena de personas que busca impedir, inútilmente, que se extienda.

Veinte brigadistas, todos pobladores de Carranco, que con machetes, rastrillos, picos y palas buscan sostener un frente de varios kilómetros de fuego.

Y lo hacen solos, pese al calor, a la ausencia de funcionarios, a la desorganización, que retarda la llegada de uno de los primeros contingentes militares dispuestos a apoyar dentro del programa DN-III, a la falta de implementos, agua y comida.

Luchan con toda valentía, pero así, no pueden ganar. Su batalla, al menos al de ayer, resultó perdida.

Fuego a dos frentes

La autopista de cuota a Villa de Arriaga ofrece el primer vistazo a los incendios que azotan a la sierra de San Miguelito. Dos frentes son perceptibles: uno a la altura del parque Logistik y el otro, unos kilómetros más adelante, frente a la comunidad de Rodrigo. Están encerrados en los cañones y lucen inaccesibles.

Uno más, según el sistema de alerta de incendios de la Conabio, se ubica a la altura de Bledos, pero también debe estar muy metido en la serranía, porque desde la carretera no se aprecia. Sólo se ve en las fotos satelitales de la NASA.

Ese es, podría decirse, el frente norte de los incendios en Villa de Reyes. Esa parte del municipio, donde se ubican Carranco, Calderón, Bledos y otras poblaciones, está actualmente, nunca mejor dicho, entre dos fuegos.

Detectado principios de mes, el incendio de la sierra de Almoloya, en el municipio de San Felipe, del vecino Guanajuato, se fue extendiendo hasta invadir a San Luis.

Entre el miércoles y jueves, empezó a morder la parte de la Sierra de Carranco conocida como Las Tapias.

Ayer, según las autoridades de protección civil potosina, ya había invadido 50 hectáreas. Y con ello, abrió un frente sur a los incendios forestales.

¿Y dónde está el guía?

Cerca del mediodía, a un lado del templo de la Inmaculada Concepción y frente a la añosa hacienda, un camión de transporte militar se detuvo.

Transportaba a entre 20 y 30 elementos militares del 40 Batallón de Infantería, asentado en la capital. Todos portaban el brazalete amarillo del Plan DN-III. Era uno de los primeros contingentes militares que se asignaban a apoyar a los brigadistas.

Preguntaron a una señora que atendía un puesto de gorditas por algún representante de la comunidad, que al parecer, debía esperarlos ahí. Pero su oficina estaba cerrada, así que lo mandaron a buscar.

El mando a cargo del contingente, escueto, confirmó que iba a ayudar al combate del incendio y qué buscaba quién los llevara.

Los reporteros de Pulso, informados que el camino al incendio era el que llevaba a la presa Carranco, reanudaron la marcha, dejando a los militares atrás.

Uno de los lugareños, Daniel Orta, se ofreció a servir de guía, puesto que era uno de los brigadistas del pueblo.

Había estado un día antes en la zona del incendio y relató que había sido una labor difícil, debido al traicionero viento que reanimaba la lumbre que se creía extinguida o la movía de lugar.

Él y sus compañeros también tuvieron que lidiar con el humo, que casi todo el miércoles llegó hasta el pueblo.

Informó que unos 30 voluntarios del pueblo combatían el fuego. Indicaron que habían tenido contacto con funcionarios de la Comisión Nacional Forestal, pero señaló que ese día, no los habían visto.

Pidió que se pasara primero a un corral de su propiedad por un machete, su única herramienta contra el fuego. Personal de Conafor estaba en otra parte de la sierra, con más equipo e incluso con dos bulldozers usados para abrir las brechas.

Pero él y sus compañeros tenían que arreglárselas con lo que tenían en su casa.

Sobre la comida y el agua, Don Daniel dijo que sólo la que llevaran de sus casas. A algunos, algún pariente les hacía llegar un lonche a lomo de caballo. De Conafor, reconoció, habían recibido agua.

—¿Y les van a pagar algo?

—Quién sabe. Hasta ahora no nos han dicho nada.

Difícil recorrido

El vehículo del diario peleó valientemente contra varios kilómetros de una brecha atroz, que parecía imposible para un sedán. Sin embargo, hubo un punto en el que se dio por vencido. A partir de ahí, el camino era a pie.

El humo de dos secciones de la sierra que se estaban quemando ya era perceptible.

El camino era duro, pero providencialmente, una pick up apareció y levantó a los caminantes.

Se trataba de tres personas que iban a revisar un predio para ver qué tan lejos estaba el fuego de él. Su camioneta avanzó buen trecho, hasta que también tuvo que parar. Y ahora sí, el grupo no se salvó de unos dificultosos kilómetros, quizá 4, a través de brechas para vacas y un arroyo que aún seco, tenía hermosos paisajes.

Para varios de los brigadistas, las vacas eran la razón de enfrentar al fuego. Se alimentaban sueltas por kilómetros y kilómetros de la sierra, y ahora estaban en riesgo.

Los cactus dieron paso a los mezquites ya los pirules y, al avistarse los primeros pinos, Don Daniel dijo que habíamos arribado.

Un bosque herido

Si la columna de humo de un incendio forestal vista a la distancia es impactante, el acercarse a uno quita el aliento.

De no saberse que era un indicio de destrucción, el humo que semejaba una bruma que lo cubría le daba un toque de belleza al frondoso bosque de pinos y encinos que recibió al grupo.

Pero el olor a madera quemada, que impregnaba rápido la piel y la ropa, fue un desengaño: algo andaba muy mal.

Lo confirmación del desastre la dio la voz del fuego: el crepitar que la lumbre hacía al devorar la omnipresente alfombra de hojas secas que cubría el suelo, el toc-toc-toc que hacía la madera al estallar, tan intenso que parecía un intercambio de disparos.

Y luego quedaron a la vista: las llamas adheridas a los troncos y que avanzaban inexorables sobre un piso de hojas secas que le proporcionaban su alimento.

Es lastimoso ver el fin de un bosque. Los troncos pelones y achicharrados y las aves, los únicos animales visibles, huyendo. Particularmente triste, era ver a los pequeños colibríes revoloteando desesperados. Un halcón se vio caer en medio de una humareda, y ya no se le miró más.

La última línea

Al principio eran ocho. Vecinos de Don Daniel, todos de Carranco. Se les preguntó si había algún funcionario entre ellos. Contestaron que no.

Descansaban, después de iniciar la jornada a las siete de la mañana.

Estaban preocupados. Hacía algunas horas, uno de sus compañeros había caído desde una altura de tres metros. A lomo de caballo, fue llevado al pueblo para ser atendido.

—Se cayó porque se enredó con las ramas mientras venía corriendo, explicó uno de los brigadistas.

—¿De qué corría?

—De la lumbre, respondió otro, mientras señalaba un alto cerro.

Explicaron que habían fabricado una brecha antifuego en lo alto del cerro y que con ello, lo habían contenido.

Pero una traicionera ráfaga de aire le abrió paso de nuevo y lo hizo avanzar rápidamente, obligándolos a huir. Fue por eso que el brigadista herido cayó.

Pese a todo, el grupo se da tiempo para bromear al saber que hablaban con la prensa. Piden foto “para el periódico” y que los sacaran guapos.

Pero estaban preocupados. Tuvieron que ceder y replegarse, mirando cómo el bosque frente a ellos se consumía.  Su última línea de defensa era el arroyo seco y pedregoso que tenían enfrente. Y ahora, su misión era impedir que se extendiera al siguiente cerro.

Ninguno de ellos quiere decir su nombre, pero todos coinciden en que la lucha ha sido dura y que la han hecho solos. Salvo instrucciones esporádicas de funcionarios de la Conafor, no han tenido más contacto con las autoridades.

Se les pregunta si han tenido apoyo de algún helicóptero, pero dicen que no, que sólo les pidieron armar un improvisado helipuerto, que no se ha usado.

Reconocen que hay maquinaria, pero en otra parte de la sierra, “donde la cosa esta más dura”, como si eso fuese posible.

Uno de ellos habla del fuego como si fuera un demonio: “hasta parece que piensa, nos da la vuelta, nos hace creer que lo apagamos y luego se aparece otra vez”.

Saben que no van ganando, que el fuego va “arrasando”, pero están decididos a seguir peleando.

El camino de regreso es igual de laborioso, pero no tan duro gracias otra vez a la generosidad del grupo que dio, de nuevo, un aventón.

Al llegar al punto en el que se quedó el auto del diario, por inaccesible, la sorpresa: el enorme camión de los militares que se quedaron esperando un guía en el pueblo, está, al parecer, varado. Los soldados estaban colocando rocas bajo sus ruedas para generar tracción. Al fin, logran destrabarlo y luego de unas dos horas desde que llegaron a Carranco, se encaminan al incendio.

Con el camión perdiéndose en la terracería y con el humo invicto de los incendios de fondo, cabe la pregunta: ¿a qué se refieren los funcionarios cuando dicen que los incendios forestales están casi totalmente bajo control?

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